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lunes, 7 de abril de 2014

La Cruz, guía y razón de la liturgia de la palabra en el Pregón de Berjano








El pregón de Francisco Berjano vino a ser ayer como sacar en procesión, tras los frustrantes aguaceros de las primaveras, el Lignum Crucis, titular cierto y verdadero en su esencia; un acto con apellido piadoso, comprometido, sin miedo, sin vergüenza y con todo el empuje revolucionario de contar y cantar la fe sin farfollas, ripios o gestos ampulosos buscando el aplauso; un pregón valiente, hondo, para reflexionar, sin efectismos para los auditorios adoctrinados en la superficialidad y la epidermis. Hemos abierto la Semana Santa con un discurso carente de mentiras y artificios, el de un hombre que anunció la Semana Santa con sinceridad y valentía, con honestidad y profundidad.

Había expectación, pese a que el propio Berjano no había dejado lugar a dudas. Ayer colmó tanto a la Iglesia como a los cofrades verdaderos, situando la celebración de la Semana Santa y a las Hermandades y Cofradías en el camino que les corresponde. Empecemos por el final: «mucho de lo que hoy os he contado podría tener cabida en cualquier encuentro Neocatecumenal, de Cursillos de Cristiandad, del Movimiento de los Focolares, o de cualquier otra institución de la Iglesia. Es cierto». Y lo dijo con auténtico orgullo, como todo su pregón, que arrancó aplausos en muchas ocasiones y que emocionó, por su estilo directo, su cadenciosidad narrando vivencias o nombrando Imágenes para situarlas en su discurso siempre ligadas al fondo y poso cristianos, a la realidad, alejándose de entelequias y cantos a la belleza.

Porque Berjano tomó la Cruz con el verbo que inventó, «cirenear», para que fuera guía y razón, liturgia pura de la palabra de un cofrade cristiano, que espera entre los árboles de Judas a que «de aquí en siete días, a esta misma hora, habrá por las calles de mi barrio nazarenos blancos, nazarenos blancos del Porvenir». Leif motiv introductorio rubricado, igual que al final de sus palabras, por un franciscano «Paz y bien». 

Enfrentado al atril, con la base plagada de fotos de Imágenes de otros pregoneros y en la que colocó dos: de su Cristo de la Vera-Cruz y del Señor de la Victoria de la Paz, del que fue costalero, Berjano fue de crucificados a nazarenos y llegó al Gran Poder, para hablar de su mujer, Pilar, de un joven que perdió también la audición, de los invidentes que cada año visitan la Capilla del Dulce Nombre de Jesús, de Antonio, su compañero de trabajadera... cruces de enfermedades, para pasar a hablar del trato a lo sagrado, de «la cercanía con las imágenes» en la que «podemos correr el peligro de acostumbrarnos a ese contacto rutinario».

Él mismo se puso como ejemplo en un traslado de su Cristo, en el que iba más pendiente de cuestiones de seguridad mientras un hermano lloraba. La Eucaristía, la capilla de San Onofre, los cultos: «quizá -dijo- haya que prescindir de ciertas cuestiones adjetivas», sin renunciar al «modo cofrade». Habló Berjano de la formación, por la que «tomaremos conciencia de qué supone pertenecer a una hermandad, de su plena incardinación en la Iglesia, de como no son entes autárquicos e independientes», frente a la secularización, presente en las hermandades; de Benedicto XVI y los «obreros del Evangelio, de Juan XXIII y Juan Pablo II, de los principios evangélicos...

No fue un pregón de advocaciones, aunque la mayoría estaban hiladas con los principios cristianos; tampoco buscaba el aplauso, aunque fue interrumpido en más de una docena de ocasiones. Y no olvidó nombrar a cofrades y amigos, el recientemente fallecido pintor Gonzalo Puch, Rogelio, Rechi -Manuel y Luis-,  Vicente Ribelles, Otto Moeckel, José Moore. Juan Moya, Carlos Rosell, Trini Villa o Amparo Castilla, ni de homenajear a aquellos primeros programas de radio, «Cruz de Guía» y «Saeta», con Filiberto Mira, Manolo Bará, Carlos Schatter, José Manuel del Castillo, Chano Amador, Manuel Toro o el Padre Gutiérrez.

Fue ganándose al público a medida que se entendía que la verdad de sus palabras no tenían contestación en esa reivindicación de Cristo como «capataz» en «Sevilla convertida en un inmenso paso, bajo el que cabrá todo el mundo, no habrá relevos; iremos siempre de frente, si acaso algún que otro costero a costero, y quien no pueda, que se agache, que alguien lo ayudará y llevará su peso».

...Y las hermandades. «Que conducen a un mismo Dios». Entre las anécdotas y vivencias que desgranó Berjano fue muy aplaudida la del hermano porteño de la Vera Cruz que llevó un DVD al que era su cardenal: Jorge Bergoglio. Entrando ya en el final de un pregón de hora y media, Berjano tenía ganado al auditorio, completamente entregado cuando contó su visita a la Macarena en sus malos momentos de enfermedad del año pasado. Él mismo se emocionó dándole las gracias, «a boca llena y para pregonar la realidad de esa esperanza que por su mediación llega».

Sus padres, Paco y Purina, ya fallecidos, estaban en su pregón, entre Esperanza y Tristezas. A muchos se les saltaron las lágrimas cuando habló de ella y ese llanto de niño que le contestó que lloraba «porque te quiero», la única vez que se lo dijo. Y ayer, por tres veces sí se lo dijo a esa Madre que es su Virgen de las Tristezas. De ahí pasó a la caridad fundamental en las hermandades, elogiando a la Hermandad del Dulce Nombre de Bellavista, que corona a su Virgen «a base de platos de comida para quienes carecen de ella», y a una emocionante defensa de la vida hablando de su sobrino que falleció justo en el momento del parto.

Para Vera Cruz los últimos momentos. «En tu Cruz, contigo», la frase de los cuadros del Cristo en el Tanatorio,  el «Toma tu Cruz y sígueme», lema de su Hermandad y una única poesía oración que hasta arrancó un ole.

«Este ha sido mi pregón», dijo Berjano, con él ha compartido su concepto de hermandad dentro de la Iglesia, dando dulces aldabonazos para las conciencias de todos aquellos que quieran reflexionar y estar en el Camino. «Las Hermandades, Gloria para nuestra Iglesia, que mantienen vivas nuestras devociones y los templos abiertos, baluarte cimentado en la Fe; tropas dispuestas a conseguir el Reino que Él nos ofrece, de respeto, comprensión, perdón, entrega, cariño y amor».

Sí, a algunos, él mismo lo dijo, les habrá «sonado a chino, les habrá aburrido o les habrá sobrado que todo no sea exclusivamente incienso, banda, redoble, revirá -¡qué palabra más fea!-, bambalina, bordado, montaje de altar». Para ellos va dedicado mi pregón», un pregón de la verdad en el que Berjano, Kiko Berjano, ha mostrado la piel y el fondo de su creencia en Dios.

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